jueves, diciembre 25

¿Qué haces Sara?

  • Ya es la quinta vez que lo hace
  • ¿Hace qué?

La pequeña Sara llevaba cinco minutos moviendo los dedos meñique y anular alternada y rápidamente de arriba hacia abajo. El dedo corazón así como el pulgar estaban perfectamente quietos y tensos. El dedo índice iba de izquierda a derecha, muy despacio. Todo esto en su mano diestra, levantada encima de su cabeza, mientras contraía y dilataba sus pupilas casi podría decirse que a voluntad, sin que la luz del lugar incidiera en algo.

La señora del hospedaje estaba aterrada. Solo sabía que su nombre era Sara porque su padre la llamaba así. Sabía que solo decía cosas como “pa”, “e-id-o-nee”, “u-o-do-ia”, “ua”. El señor de los helados estaba inquieto, y junto con la señora, eran los adultos encargados de la pequeña mientras su padre arreglaba algunos asuntos: “Ella puede llegar al colmo de la mesura, así que solo hay que observarla”, les dijo él.
Ahora Sara ondeaba su cabeza de lado a lado. Comenzó a caminar muy despacio, como si llevara un enorme peso entre las piernas. Y aquel carnaval de dedos y pupilas se hacía más intenso. La señora del hospedaje dejó de atender el comportamiento de Sara y el señor de los helados fue al baño.
En ese momento, los demás huéspedes empezaron a percatarse de lo que ocurría, aquello que adquiría un tono más frenético, pues Sara llevaba sus manos a un punto intermedio entre la parte inferior de los muslos y las corvas. Levantó la cabeza, se mordió el labio inferior con tal tensión que la enrojeció por completo, abrió de manera exorbitante sus ojos, y en la posición en que se encontraba, empezó a desplazarse por el vestíbulo.
Muchos de los desprevenidos observadores prefirieron no prestar atención. Sara comenzó a gritar, y todo el recinto se llenó de aquel ensordecedor acto. Simultáneamente, la pequeña apretó los puños hasta darles aquel morado de paro cardiorrespiratorio e instantes después comenzó a golpear el suelo con toda su fuerza. Todos estaban asustados.

Esa fue la situación que el padre de Sara encontró cuando regresó. Todos le veían con suprema extrañeza, por decir lo menos. Él, por su parte, se percataba de la gran fuerza con la que la pequeña golpeaba al suelo, mientras derramaba dos cascadas de lágrimas y gritaba desgarradoramente. El señor de los helados salía del baño y progresivamente gesticulaba su indignación frente a tales sucesos, cada instante más dramáticos.
Quizá fue la reacción de este hombre lo que motivo al padre de Sara a decir: “Se me olvidó advertirle que Sara aún no sabe cómo decir que tiene ganas de ir al baño”.