jueves, diciembre 25

El tercer deseo

Autor: (Pendiente por actualizar.)
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Mi madre acaba de morir. Es 20 de Julio, repito la fecha como para que nunca se me olvide. Repito la fecha una y otra vez mientras miro su rostro. Tranquila parece haber muerto mi madre, sin deudas pendientes, podrá mirar a Dios a los ojos ahorita, tras estos cinco minuticos que le tardará llegar al cielo. Seguramente yo aún no habré reunido fuerzas para pararme de esta silla y cubrirla con su manta hasta la cabeza como hacen con los muertos, seguramente no lo habré hecho y ella ya estará en el cielo, al lado de Dios, mirándome y diciendo “el pobre, se ha quedado tan solito” y con ganas de bajar a hacerme la cena de esta noche.

Hoy veinte de Julio de 2006 mi madre tardará cinco minutos en llegar al paraíso, lo sé, sólo cinco, mi madre era muy buena persona, y a las buenas personas ni papeles les piden para entrar allá. Nunca había conocido una mujer tan noble, no odiaba a nadie, no le hacía mal a nadie, ni siquiera a mi padre, cuántas veces le dije “denúncialo madre, mira cómo te ha dejado, denúncialo” y ella con su acostumbrada calma solo me abrazaba y me decía “La justicia humana es tan imperfecta Tomás, ya Dios lo juzgará” Me quedé con la duda. Mi padre golpeó a mi madre durante diez años, nos abandonó, robó lo poco que teníamos, y yo ni siquiera tengo la certeza de que Dios lo haya juzgado, o si acaso Él tendrá tanta misericordia como la de mi madre y le haya dicho, “errores los comete todo el mundo Don Pascual, siga usted, siga usted que aquí hay espacio para todos” palmadita respectiva en la espalda y ahí tenemos a Don Pascual danzando con angelitos y nosotros aquí, remendando las miles de angustias que nos dejó como herencia.

No recuerdo qué día murió mi padre, no repetí la fecha como lo hago ahora, ni el mes repetí, no dije, Diciembre, Julio, Junio, mil y mil veces, sólo recuerdo que ese día pensé, “ojalá Dios no sea tan bueno como mi madre y al menos alguito sepa cobrarle al Don”. Ni siquiera recuerdo el año. Ahora, sentado frente al cadáver de mi madre digo, 20 de Julio. Ojalá no se encuentre con Don Pascual.

Hace cinco minutos mi madre murió. Me ha dejado un papelito oculto en el cofrecito de joyas que algún día le regalé de cumpleaños. La vendedora me dijo que a todas las mamás del mundo les encantaban los cofrecitos, que para guardar las joyas. Lo compré y se lo di, a ella le encantó. La vendedora tenía razón pero mi mamá no tenía joyas. Lo usó para poner allí retratos de nosotros, de sus hijos, y papelitos importantes. Al morir me ha dicho, “Tomás, en el cofre hay un papel donde escribí mis últimos deseos, júrame que los cumplirás, Tomás, Tomasito, júralo, por tu madre”. Así dijo júrame, como en las películas, y como en las películas también, le apreté las manos, para no dañar la escena y se lo juré, nunca pude negarle nada, ella lo sabía.

Suelto su mano, me dirijo hasta allí, abro el cofre. Hay un papel curiosamente doblado como haciendo un rollo, una cinta dorada con un lazo al final lo mantiene cerrado. Mi madre, siempre cuidando cada detalle. Suelto el lazo, lo desanudo suavecito. Desenrollo el papel. Los últimos deseos de mi madre yacen allí, plasmados en tinta negra con la letra perfecta de un pulso que no tiembla.

Empiezo a leer, se enumeran allí tres deseos. Primero, lo que me esperaba, mi madre me hace jurar que cuidaré de su nieta hasta mi último aliento de vida, claro que lo haré mamá. Segundo, mi madre me hace jurar que no me iré a la tumba con este rencor que siento por mi padre, ah, pensando en el rey de Roma, me hace jurar que lo perdonaré y me repite lo de siempre “Sólo Dios puede juzgar, solo Dios sabe, tu padre era bueno, solo cometió errores” si madre y la justicia humana es imperfecta, y el único error de mi padre era su amor por el vicio, amor que nunca tuvo por nosotros. Difícil situación. Lo intentaré madre, no te faltaría a ningún juramento, lo sabes. Tercer y último deseo… tercer y último deseo…

Hoy 20 de Julio, mi madre me acaba de hacer jurar que asesinaré a alguien. Me siento en la cama, al lado de su cadáver aún tibio. Me siento en la cama con su lista de deseos en la mano. Tapo mi boca, quiero gritar, quiero regresar a mi madre a las malas, sacarla de ese paraíso donde ya debe estar y traerla de regreso a este infierno, este infierno donde se suda frío, donde las manos tiemblan, las piernas no responden y el corazón quiere salir corriendo. Madre, madre, madre, ¿Qué acabas de hacerme?

Ya es tarde, ya es noche. Mi madre yace en un ataúd caoba, con sus manos sobre su pecho, sosteniendo un rosario, “parece que reza, era una santa” dice un susurro a lo lejos. En los velorios no se escuchan más que susurros, como si el muerto fuera a despertar, como para no perturbar su sueño, o quizá para que el alma, ahora omnipresente e invisible de paso, no se entere de lo que dicen en su ausencia. “Dale señor el descanso eterno… Dale señor el descanso eterno…” dice una y otra vez un grupo de mujeres. Descanso eterno el que necesito yo. “Tomás, Tomasito”, así me dijo mi mamá, “júramelo Tomasito”. Idiota yo que me pongo a jurar sobre lo que no sé. “Podrías asesinar a alguien por mi Tomasito” eso le faltó decirme. Idiota yo.

No sé cuántas horas estuve de pié. No velaba el cuerpo de mi madre, velaba sus deseos. Casi puedo jurar que la miraba con odio. Miraba una y otra vez el tercer deseo, ya lo sabía de memoria “Tomás, tú que desde que eras un niño decías que harías cualquier cosa por tu madre, júrame, júrame que asesinarás a Susana Cantor, cabello largo, negro, ojos café traición y piel morena. 27 años de edad. La encontrarás trabajando en el Café Colombia, después de las cinco de la tarde. No me importa la manera como lo hagas, pero sí quiero que cuando lo hagas, le repitas mi nombre, una y otra y otra vez, ya sabes que lo que se repite, no se olvida”

Leo el deseo, me acerco al ataúd, doblo el papel hasta que queda muy pequeño, lo pongo dentro de ese cofre caoba que ahora guarda a mi madre, y en susurro le digo casi al oído, “madre, lo siento mucho, bien sabes que no puedo cumplírtelo. Espero puedas descansar. Disfruta del paraíso”. Doy la espalda, me voy. “Pobre, es el hijo que más sufre con su muerte” el susurro qudejo atrás está en lo cierto.

Han pasado dos días y no he podido concentrarme en nada. Sé que tomé la decisión adecuada, no soy un asesino, sería incapaz de matar a alguien que no me ha hecho nada. No, no, no lo haré, mi madre entenderá. 24 de Julio, no soy un asesino, no lo seré por nadie. Bastará con borrarme ese nombre de la cabeza, bastará con olvidar los detalles de esa mujer, de Susana Cantor, cabello largo, negro, ojos café traición y piel morena. La que tiene mi misma edad. La misma que trabaja en el Café Colombia, después de las cinco de la tarde. Mierda, lo repetí tantas veces que ya no se me olvida. 26 de Julio, claro, mi madre ha podido tener miles de razones para pedirme hacerlo, pero yo no soy un asesino, no sería capaz por supuesto que no sería capaz. 28 de Julio, ¿cuáles serían esas razones? ¿Qué le habrá hecho esa mujer a mi madre? 29 de Julio, no soy quien para quitarle la vida a nadie, sólo Dios puede hacer justicia. 30 de Julio, ¿y si Dios tampoco la hace?

Hace diez días murió mi madre. Pienso en su rostro tranquilo, pienso en la calma que se llevó al cielo, pienso en los cinco minutos que se tardó llegando hasta allá, ojalá no se haya encontrado con Don Pascual. En el reloj del Café Colombia son las 4:50 pm, mierda, porque no dan las 5:00 de una vez por todas. Susana Cantor, Susana, Susana, mi misma edad, cabello negro, largo, ojos café traición. Susana, lo que sea que le hayas hecho a mi madre lo vas a pagar, no me importa saber qué es, mi madre no merecía que se lo hicieras, ella era una mujer buena, sin cuentas pendientes, por eso se tardó solo cinco minutos en pararse al ladito de Dios. 4:56 pm, Mierda, que revólver tan frío.

Las campanas de la puerta de entrada suenan. Alguien al fondo del café dice “Susana te están esperando”. Pienso en mi madre, no me tardo ni cinco segundos en sacar el arma, presiono el gatillo, no pienso. La miro a los ojos para conocer ese café traición que nunca he visto, parecen cafés claros, como los de muchos, como los míos, por ejemplo. Disparo los seis tiros que mi arma contiene, mientras le digo a Susana “esto es por Mercedes Castillo, la recuerdas, verdad, Mercedes Castillo, Mer-ce-des Cas-ti-llo”.

Es 30 de Julio, Susana Cantor acaba de morir, estoy seguro que tardará mucho en llegar al cielo, quizá nunca lo conozca por aquello que le hizo a mi madre y que ya no tiene sentido saber.

El 31 de Julio el diario anuncia la muerte de Susana Cantor. “El día de ayer fue asesinada Susana Cantor, estudiante de derecho, hija de Clemencia Cantor y Pascual Contreras, (difunto ya). Al parecer un extraño individuo, la esperaba en el Café Colombia, sitio donde la joven trabajaba, y le propinó seis disparos en el pecho que cegaron su vida de inmediato. Algunas versiones aseguran que aquel individuo era su ex novio, quien llevado por los celos cometió este atroz crimen pasional”. Acertaron, fue un crimen pasional. Fueron los celos de una mujer que no soportó que su esposo la abandonara y envió a su propio hijo a acabar con el fruto del engaño. Madre, ahora lo entiendo, tu tampoco confiabas en el rencor de Dios.

La prisión no es tan mala, aunque una vez aquí dentro pensé que no podré cumplirle a mi madre el primer deseo, homicidio premeditado, veinte años, mínimo. Ya ves madre, por cualquier lado perdía, espero estés disfrutando del paraíso. Ojalá Susana Cantor no se encuentre contigo. A mi si me encantaría encontrarte, si es que algún día subo, ya se sabe que el camino hacia el cielo para los asesinos es largo, madre, largo y tortuoso. Tendrás que esperarme.