jueves, diciembre 25

¡Qué cagada!

Autor: Carlos Enrique Serrano Rosero. Estudiante de filología inglesa.
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Estaba fría, todo su cuerpo casi llegaba a una hipotermia severa, sudaba. Lágrimas y sudor corrían abruptamente por su rostro, un rostro arrugado por una horrible expresión que reflejaba el más incomodo de los dolores. Su vientre se contraía espasmódicamente mientras su pupila se dilataba, algo dentro de ella quería salir, algo debía ser expulsado en el salón brillante y limpio que era como el santuario del dolor.

Afuera de ese salón brillante y limpio que era como el santuario del dolor estaba Dolores, una mujer de treinta y ocho años de nacionalidad boliviana que vivía en un pequeña ciudad llamada Cochabamba de la zona central de Bolivia, capital del departamento homónimo, junto al río Rocha. (Microsoft Encarta 2005. Reservados todos los derechos) Era descendiente de una familia de clase muy baja pero con la suerte de tener de hija a la novia del cocalero de la zona por lo que Dolores pudo brindarle a su familia pero sobretodo a ella misma miles de comodidades, ya que como dice el dicho popular: “sin tetas no hay paraíso”.

En el corredor de aquel lugar cuyo fin llegaba a la puerta de ese gran salón blanco, Dolores desfilaba como cuando lo hacia sobre el puente de la piscina de “El Arequipe”, su benefactor. Se comía las uñas de una de sus manos de manera esquizofrénica mientras que en la otra sostenía impacientemente entre sus dedos un cigarrillo que hace años le había manchado sus dientes y sus uñas medio mordidas. Ella, se desplazaba de allí para acá. Por momentos era tanta su desesperación que alcanzaba a fumarse las uñas o morderse el cigarrillo. Este instante sublime representaba todo lo que Dolores quería en la vida; conocer la tal USA, esa United States de la que le hablaba “El Arequipe” antes que se lo mataran. Ella queria ir -“ pa’onde iba la blanca” - como le decía el difunto que en paz descanse. Era su oportunidad de comenzar una nueva vida sin los reproches de su familia, sin las persecuciones de los “Arequipitos” y de todos los Cochabambanos que ahora le decían despectivamente “La Manjar Blanco”.

Mientras tanto en el salón brillante y limpio que era como el santuario del dolor, estaba Julia quien se había estado preparando desde hace siete meses para la llegada de este momento. Ella ya no tendría que trabajar de niñera nunca más, porque ya tendría lo suyo. Por la mente de Julia pasaban los recuerdos de tantos niños fastidiosos que tuvo que cuidar antes, los pañales, los teteros, los berridos y los gasesitos que le daban paz a sus almas y a todos, los gasesitos por cualquier huequito. Tiempos que serian diferentes ahora, todo un futuro brillante abriéndose ante sus ojos, como cuando por primera vez vemos la luz, como el día del nacimiento y gasesitos, y más gasesitos.

Pero allí afuera, Doña Dolores o mejor conocida como “La Manjar Blanco” no estaba sola. Un hombre elegante y prestigioso llamado Ildebrando la miraba intensamente mientras ella desfilaba en el pasillo. Ildebrando era un abogado reconocido en Cochabamba entre otras cosas por ser uno de los pocos que no cayeron muertos en el “Arequipazo” ocurrido hace diez años en el pueblo y que había exterminado con todos los políticos, abogados y curas de la región. Este hombre era el mismo que había traído a Dolores en su camioneta. Se habían encontrado en la habitación central de la casa de Ildebrando, que desde hace un mes para acá era la de ella también y él la había llevado hasta el lugar acordado, a la hora acordada. Esta fue la única manera que Ildebrando encontró para lograr viajar hasta los Estados Unidos y conseguir allá trabajo como abogado, pues en Cochabamba, su ciudad natal, de la zona central de Bolivia, capital del departamento homónimo, junto al río Rocha. (Microsoft Encarta 2005. Reservados todos los derechos) el derecho al trabajo se lo habían arrebatado sin objeción, sin defensa, sin jurado y sin juez, razón por la que sus estudios en la Universidad de San Simón en Derecho y Ciencias Políticas eran ahora inútiles en Cochabamba y en casi toda Bolivia.

-La cagó- se decía Julia como hablando a una tercera persona inesperada, en el mismo salón brillante y limpio que era como el santuario del dolor. Llevaba más de una hora allí y sabía que cuando saliera un grupo de personas impacientes estaría esperando por ella. En medio de esos cólicos monstruosos sonreía, pues no podía concebir una situación más absurda, todo eso parecía más una fantasía estúpida sacada del imaginario de un estudiante universitario frente a un computador a las 12:05 a.m. No podía concebir -¡No puedo concebir!- Se repetía una y otra vez Julia cuando de repente, escuchó la voz de Albeiro que acababa de llegar al lugar de reunión y que esperaba también allá afuera. Julia muchas veces se dijo que ese iba a ser el padre de sus hijos.

Ese era Albeiro, un muchacho humilde de Cochabamba, ciudad de la zona central de Bolivia, capital del departamento homónimo, junto al río Rocha. (Microsoft Encarta 2005. Reservados todos los derechos) que había sido popular por ser, desde muy pequeño, el más listo de la escuela que había construido “El Arequipe”. Actualmente estaba becado en la Universidad de San Simón por ser el mejor de la facultad de Bacteriología y por tener amplios conocimientos en medicina. Él había estado respaldando a Julia durante esos siete meses con sus conocimientos médicos. Albeiro como nuestros demás personajes compartían algo. Tal como Dolores e Ildebrando, Albeiro quería viajar a los Estados Unidos de América, pues sabía que de quedarse en Cochabamba su único futuro sería trabajar como analista de muestras fecales y ese era un trabajo poco digno para él y sus bastos conocimientos. Albeiro discutía algo con los demás allí afuera y Julia podía escucharlo, lo que a ella le produjo un afán terrible en salir e ir a saludarlo, pero para ello debía terminar con su importante tarea primero. Julia sabía que tan pronto todo esto terminara, ella se marcharía con Albeiro en su moto hasta La Paz, donde su nueva vida comenzaría al lado del futuro padre de sus hijos.

Julia seguía allí, las contracciones de su vientre se hacían cada vez más insoportables pero parecía que todo esto pronto acabaría y lo mejor, que tendría el final esperado. En medio del terror que le recordaba precisamente que no estaba en otro lugar diferente al mismo salón brillante y limpio que era como el santuario del dolor, mejor conocido como baño, lavabo o sanitario, vino de repente a su mente el albañil del pueblo, ese señor tan amable, que como Albeiro, tenia como profesión meter las manos en la mierda, Don Joaquín.

Don Joaquín fue considerado el héroe del pueblo, claro está, antes de ser destronado por su archí enemigo “El Arequipe”, pues sin su presencia Don Joaquín era el único que podía solucionar los problemas sanitarios del pueblo con su overol azul y sus guantes amarillos que lo hacían ver como todo un superhéroe. Con treinta años, su carrera como albañil se había esfumado cuando “El Arequipe” tuvo la brillante idea de mandar a instalar el mejor sistema de acueducto y riego de plantas en toda Bolivia, aunque este haya producido altos índices de amebiasis en la población cochabambeña. Pero no todo eran fracasos en la vida de Don Joaquín, pues encontró un lugar donde realmente lo querían y lo necesitaban, además que ganaría muchos dólares por hacer lo que siempre había hecho, destapar cañerías pero ahora en los iunairesteis. Esa había sido la mejor noticia que Joaquín había recibido en su vida. Cuando leyó la carta que contenia tal noticia decía: -”The federal Organization of Latin American Plumbing in The United States has already accepted your profile request. Welcome! You are hired”- Por supuesto al leer esta carta Joaquín no la entendió, pues su Ingles era nulo, así que decidió pedirle a Julia, la única en el pueblo que sabia Ingles, que por favor le tradujera el contenido de la tan anhelada carta. Joaquín no quería ilusionarse, así que trato de contener sus emociones mientras Julia leía: -“po’ que los plomeros de la USA le van a dar trabajo Don Juaco, que se acerque lo más prontito posible a la embajada en La Paz “. Fue allí, en ese justo momento donde un regocijo recorrió el cuerpo de Joaquín, se iba para los iunairesteis, era un hecho.

Julia por fin estaba llegando a la paz, pero no a la ciudad sino a la de su cuerpo. Todo ello que en un principio tenía que ser expulsado había llegado a su destino. Un intenso olor cubrió y obscureció el ambiente, primero del salón brillante y limpio que era como el santuario del dolor y mal olor conocido como baño, lavabo o sanitario, desplazándose delicadamente por entre las ranuras de la puerta del baño, bailando por el pasillo en el que Doña Dolores ya no desfilaba sino que escapaba de tan repugnante fragancia, hasta llegar a la sala de la casa de Julia donde Joaquín, Albeiro e Ildebrando esperaban, quienes al sentir tan revelador olor suspiraron profunda y placidamente en unísono. Por fin Julia había cagado satisfactoriamente.

Después de todo este gran esfuerzo, lo más duro de la experiencia para Julia fue cuando tuvo que recoger los pequeños bollitos de la tasa y distribuirlos cautelosa y organizadamente en pequeños tarritos medio transparentes con tapa azul que trataban de aparentar que no contenían... lo que contenían. Los empacó todos, los marcó con un esfero que no debería estar en un baño ( o ¿cuantos esferos han visto en un baño, ah?) y los empacó en una bolsita de droguería.

-¡Abrió la puerta!- dijo Doña Dolores entusiasmada mientras que Julia se asomaba por el corredor desfilando con su vestido naranja para ir a misa con su abuela los domingos - Ahí están- dijo Julia avergonzada y los puso sobre la mesa de la sala frente al sillón viejo en el que Ildebrando descansaba.


-Esta es la platica mija- dijo Doña Dolores- Que muchas gracias, estos muchachos tan sanos, deben ser vegetarianos –agregó y se marchó sin despedirse de los demás. Detrás de ella, salió deprisa Ildebrando, quien tampoco se percató de despedirse. Mientras tanto Joaquín revisaba extrañado el baño tratando de repararlo aunque por primera vez alguien había cagado en un baño pero sin ensuciarlo todo. Él también le había dado un dinero a Julia y este iba a ser su último trabajo en su tierra, Bolivia. Albeiro estaba riendo junto a Julia pues ella le contaba que, mientras había estado en el baño, había olvidado el procedimiento para recoger muestras fecales que él le había enseñado-¿Y nada de amebas, amor?- dijo Albeiro- Nadita de nada, mi Winnie Pooh- dijo ella mientras lo abrazaba y él le daba un beso.

“La Ameba o Amiba es organismo unicelular perteneciente al filo Sarcodinos y al reino Protistas. Los sistemas antiguos de clasificación, incluían a las amebas con los animales. Al menos seis formas de amebas son parásitas del hombre. De éstas, la más importante es Entamoeba histolytica, que causa la amebiasis y la disentería; la enfermedad aparece en brotes epidémicos, cuando las aguas residuales contaminan los suministros de agua o cuando el suelo se fertiliza con desechos humanos sin tratar, como en las plantaciones de coca”. Microsoft Encarta 2005 (Reservados todos los derechos).

Las amebas era lo único que Julia no compartía con los otros futuros inmigrantes pues por lo demás ella también se iba para los Estados Unidos con los más de mil setecientos dólares en efectivo que Ildebrando, Doña Remedios y Joaquín le habían dado por vender su mierda y así lograr pasar los exámenes en la Embajada Norteamericana, ya que todos tenían muchas amebas, muchas y no serian aceptados.

-Iba en la moto con Albeiro y me acordé de los campos que una vez habían visto crecer, miles y miles de hectáreas de coca. Es increíble como todo eso pasó. Ya estoy en los Estados Unidos y me parece irreal que al final Albeiro haya tenido que ser compañero de trabajo de Joaquín en el humillante mundo de la plomería, bueno al fin y al cabo, mierda en laboratorio o mierda en el baño, es la misma mierda. Lo comprobé cuando una vez tuve que recoger mis muestras fecales para poder llegar aquí; me pagaron por venderles mi mierdita libre de amebas, y así como le digo Don Carlos, a través de la mierda uno consigue muchas cosas ya sea comiéndosela, vendiéndola, echándola, deseándosela a otro, mencionándola cada vez que la caga, y yo la cagué, mi vida es una mierda aquí, ¿no ha escuchado ese cuentito del pollito que se esconde en la mierda de una vaca para que el águila no lo vea y no se lo coma? Pues usted ha sido Don Carlos, una gran ayuda para mí, como la mismita mierda de la vaca, ¿me entiende?-

-si la entiendo Julia- dije yo mientras ella buscaba algo de café colombiano que, entre otras cosas es bastante difícil de conseguir en Miami y ella al notar que no tenía, me miró y me dijo...

...- no hay más café mi Winny Pooh, ¡qué cagada!.

Bogotá, Colombia

Dedicado a todos los que nos ha tocado comer mierda en los Estamos Sumisos de América.