jueves, diciembre 25

Espiral áurea

Autor: Ylsen.
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La calle oscura. El golpe seco. El miedo paralizador. Una voz al oído de una mujer asustada.
El fraile miraba, Miraba, las tinieblas que inundaban el poblado, estaba vi(vi)endo los últimos minutos del último de los cinco días nefastos con los que muere el año en el calendario mexica. Su incipiente conocimiento del Nahuatl, producto de dos años de convivencia, le permitía entender, no, entender no – es demasiado pedirle a un cristiano viejo, que, humildemente, viene a proclamar la verdad revelada por el único y verdadero Dios –conocer el por qué de la celebración: regresaba el año 1 conejo, 52 años habían tenido que sobrevolar la tierra para su regreso. Los mexicas celebraban el nacimiento del nuevo sol, del nuevo destino. Vio con emoción litúrgica al gran ministro del templo subir al Iztapalapa, – como Moisés subiendo al Sinaí, pensó, rechazando con horror la comparación. Su corazón latía violentamente en su tirante pecho, (el de la mujer también, y el hombre puso su cabeza sobre sus senos, ahora desnudos) mientras bajaba el fuego sagrado, miles de antorchas se encendían a su paso, la aurora de los hombres. El fuego se acercaba al altar donde él estaba amarrado, los pies contra las manos, la antorcha alumbrando la sonrisa pacífica del sacrificador.
Una colonia de abejas de la memoria explotó en su cabeza, recordó su llegada con 11 frailes más a la América vendida en España como El Paraíso, vio pasar ante sus ojos todos los sacrificios que había presenciado, sin sospechar que él estaría algún día en la piedra de los sacrificados, recordó a fray Juan, el primer mártir de la nueva españa, amarrado a un alto mástil, con cientos de flechas clavadas en honor al Dios del fuego, su sangre resbalaba por el palo hasta una tierra reseca de tanto beber sangre humana. Ya no tenía miedo.

El ministro se le acercó. Un honor morir el primero. Pensó (El hombre se desabrocha el pantalón, de cuero) maldijo una vez más al demonio que instigaba a estas pobres gentes a embrutecerse, a ponerse beodos hasta la estupidez. Bailaban y gritaban esperando su cuerpo para desollarlo y utilizar su cuero como sotana de ceremonia. El pedernal afilado se levantó sobre su pecho, el Pater Noster se le olvidó, lo había planeado como grito del buen mártir. Hábilmente el pedernal se deslizó por las carnes del fraile (por las de la mujer). El ministro sacó el corazón y lo mostró a los cuatro puntos cardinales: júbilo indígena, sagrado; acercó el corazón a cada uno de los ídolos, los labios de piedra bebieron la sangre; después lo mordió dejando que la sangre rodara a placer por su cuerpo desnudo, la sangre cayó sobre el fuego, santificándolo. El espíritu recién salido del cuerpo del hombre, sonrió al ver como los espíritus de los indígenas sacrificados se iban convirtiendo en animales correspondientes al día en el que habían nacido. Comprendió entonces que sus sueños de mártir no divergían demasiado de la felicidad de los indígenas sacrificados a su Dios, comprendió que la máxima expresión del amor era la sangre, la sangre de Cristo, la sangre sagrada resbalando por los caninos.


La calle oscura. Un cadáver de mujer recientemente violada en una esquina. Un conejo de cincuenta y dos años con un corazón entre los dientes señala con su hocico sangrante los rascacielos del norte de Ciudad de México. La catedral construida con las ruinas de los templos aztecas profiere doce campanadas.