- I
Recojo honores que ya no existen
Poseo riquezas que nada compran
Muy bellas flores tengo sobre mi tumba.
Busqué la luz desde mi oscuro pozo, pero mientras más escalaba, más subía la luna, allá, terriblemente graciosa. Fatigado, aunque queriendo seguir, mis manos no aguantaron los ladrillos babosos y los toscos gusanos. Entonces fue la caída.
Ya en el piso, más partida el alma que los huesos, no hago caso de fémures quebrados y camino, adentro, a mi choza con paredes de tiniebla. Escucha ahora la voz que me dice: “¡Has ganado!”
Yo gané. Nadie lo revoca. Pude levantarme y andar aún cuando casi no tenía piernas. Pero la voz insiste, no muy alegre, más bien desesperada, y siento cómo los rayos selénicos tratan de entorpecer mi paso imparable.
- II
Sin embargo, al poco tiempo de haber comenzado la faena para calentarme, el olor del humo se me hizo fastidioso y el color de la llama se volvió demasiado chillón para mi gusto. Más bien seguí caminando hacia la noche, mientras escuchaba a mis espaldas el desgarrado llanto del fuego quejándose de frío
- Ameo
Quizás el sol no se resignó con que su día debía terminar.
Quizás por eso estira sus brazos deformes, retorcidos y desesperados
para agarrarse de las nubes.
El sol, o lo que sea
titila con terror
Titila un foco que no quiere fundirse.
No. No es el sol.
Más bien es una nube que quiere ser sol.
Por eso emana cabellos dorados, pero de tosca serpiente.
¿No será algo más?
Lo que pasa es que en el Pie del Cielo hay
una puerta, un trance, un camino
donde firmamento y tierra abren dos boquetes que se besan
(chupan trompete).
Esos no son brazos, ni cabellos medusientos
Son escaleras torcidas y efímeras, pero eficaces
Escaleras que invitan árboles, hombres, vacas, casas.
Ya cinco, cinco subieron.
Pero el tránsito no es de una sola vía:
observa
el desasosiego
de la mascota
de Nofügüreima
por bajar
al valle.
- Ante las fotos de pasado
Pero cada vez que tengo que dejar mi éxtasis ante su imagen, casi siempre por hambre, el viento que viene de adelante y sólo de adelante me congela y me deforma el rostro debido a su impresionante velocidad. El frío, a su vez, me da empellones hacia adelante y sólo hacia adelante.
Ya cuando voy corriendo (o me van corriendo) veo las fotos de mi amada, pero ahora estoy aterido. Mis lágrimas huyen despavoridas mejillas abajo y se refugian en el humillante suelo aun cuando les ruego que caigan por mi frente hacia las nubes pretéritas.