jueves, diciembre 25

Espejo

Y pensar que tía Lilia siempre, siempre me lo dijo, acuéstate, reza, por Dios, sí por Dios y por ti, por nosotros, pavadas de las viejas, esas costumbres que se quedan como pegadas a la sartén, ni con jabón salen, que horror, que susto. Mi tía era una buena mujer, de esas mujeres chapadas (literalmente), chapadas a la antigua, sus faldas, sus blusas, hasta sus zapatos causaban algo de gracia, hasta su nariz era antiquísima. Vivíamos solos desde que mamá murió, no hablábamos nunca de eso, pero se que siempre la recordábamos, siempre estaba entre la ropa, en los calcetines, en los calzones de la tía, en la comida, aquí en el arroz. Al abrir la puerta siempre encontraba todo igual, la tía tejiendo con sus gafas a medio servir, por que solo tenían una pata, y el almuerzo cocinándose en el baño como siempre. El baño, el baño me toteaba de la risa, las baldosas blancas ahora amarillas, expelían el olor de cientos de guisados, tomates, cebollas, mantequillas estrelladas contra la puerta, mi tía decía que así se veía mas bonito, que le daba al baño un aire bonachón el olor a comida y yo nunca se lo discutí, parecía tan segura que los ojos le brillaban cada vez que lo decía.

A veces, llegaba y la encontraba mirando fijamente al espejo, un gran espejo que había en la sala, con marco de madera, media como dos metros en ese entonces, ahora creo que también, estaba allí estática, acompañando al sillón, a la mesa de centro, a la lámpara a danzar estáticos; yo lo supe, siempre supe que apenas escuchaban la llave en la cerradura se quedaban todos quietos, a eso jugaban, nunca lo pude corroborar, ya que cuando llegaba y antes de abrir la puerta miraba por la ventana, ya estaban quietos, seguramente el perchero que daba a la calle les avisaba, maldito sapo. Las manos se le ponían blancas, era tan hermoso verlas, se reflejaban perfectamente en el espejo y yo sabia ya lo sabia, los pies no se le movían pero los labios parecían temblarle un poco, tal vez de risa, o de ira yo qué sé; la mirada era como siempre perdida, visceral, taciturna, optaba por no distraerla, nada lo hacia, ni siquiera el arroz, el olor a quemado, incluso el fuego en el baño, por que el baño, la comida, la vida, el olor, esas cosas no importan cuando uno mira de frente a un espejo, ¿cómo van a importar?, no es una pregunta, pero como mas asegurarlo. Después de horas, donde soltaba una que otra sonrisa, tía Lilia me preguntaba cómo había estado el día y me charlaba de su rutina, de la novela de las once, del saco que me estaba haciendo y de tantas cosas que es difícil recordarlo.

Tía Lilia era, evidentemente, mi tía, suena algo tonto pero es mejor que quede claro, a veces las cosas, las personas, las vidas no son lo que dicen ser, entonces uno se pega unas perdidas, a veces Mozart suena raro (para mi solo a veces), otras Chopin, otras la vecina y su piano vertical; por lo general confió mas en lo que veo que en lo que oigo, ver a tía Lilia parada así me lo ha hecho confirmar. La casa era un de esas viejeras de todo barrio, ah eso si de dos pisos, si señor, una escalera en madera, puertas macizas en roble, muebles coloniales, perfecta; cuando llegaba a casa (aunque no hay mucho que contar de mi), sentía ese olor tan particular del rancho, un olor verde-azulejo, denso, pesado, esos olores que uno nunca olvida o que mejor nunca recuerda. En ocasiones subía al cuarto de tía Lilia y me acostaba a escuchar Schubert, me encantaba, el acetato estaba tan viejo el pobre, parecía ya tener barba y chochera, sonaba bien de todas formas; otras veces solo me acostaba y esperaba, algunas veces ocurría, otras parecía no existir, sí, eso de creer, de imaginar, de sentir, bah! el punto negro en el techo, ¿humedad?, el closet entre abierto y la ventana semi-amarilla, ahora creo que yo era tía Lilia, que yo era su cuerpo tendido en esa cama, blanco, frió, ido; siempre me provocaba algo de locura ese maldito punto negro, me parecía verme allí. Un día, de esos en los que parece salir el sol a pesar de no ser de noche, comencé a saltar encima de la cama para alcanzarlo, ¿imaginan?, de locos, de loco no quitarme los zapatos, esas cosas de loco que uno no hace, como vivir; salte tanto, tanto, tanto, que llegue casi a despegarme de la cama y el maldito punto negro ahora se reía de mi, loco.

Algunos días después de llegar a la casa y traer conmigo unos centavos, me sentaba a ver la televisión, era lo mas demente que se me ocurría, no habrá cosa mas loca que esa ¿no?, unos tipejos que se creen actores, ¡ridículos!, que tontería ver encerrados a unos pobres diablos hablando y pendejeando en un cuadrado de madera, pobres diablos, conducen todas las mañanas sus BMW, un latifundio a las afueras de la ciudad, una chequera repleta, ¡basura!, son tan tontos que no saben qué es verse a un espejo, un baño convertido en cocina, un punto negro del techo riendo, pobres.

Vivir no es fácil, no, escribir es peligroso, la tía Lilia plantada hace unos lustros gramaticales y yo hablando de mí (y eso que no hay mucho que contar de mí). Un día cuando llegue a casa, mi tía no estaba en la sala, el almuerzo no estaba en el baño y los muebles parecían tranquilos, no me asuste, pero preferí buscarla, no hay sea que le hubiera dado alguna locura, como por ejemplo planchar la ropa o cortar el césped (bah! césped, que burgués me sentí) o incluso salir de casa; cuando llegué a la puerta de su cuarto (el de tía Lilia sopenco) escuche murmullos y me imagine que tía Lilia estaba hablando de nuevo con él, ya anteriormente, en un verano inviernoso mas bien, había visto algo similar, pero ahora estaba decidido a hablarle yo también, empuje la puerta con cuidado como quien hace huevos tibios, exacto, ví a mi tía de espaldas, de frente a él mientras él le decía exactamente: guru buru rupu suru cupu rusu, y tía Lilia le contestaba con un sonoro: biri biri biri, lafa fita coti, parecían tan amigos, tan compinches, de ese par de amigas de lavadero, amigos de la escuela, de parque. Biri biri, trulu trulu, le decía ahora él y me miraba fijamente, tía Lilia se dio la vuelta, me sonrió y me dijo: gribi riqui sera, trulu buru biri, ¿biri biri?; yo, que a veces soy medio atolondrado sonreí de oreja a oreja y atine a decirle: baribari rifi rifi, lili tiri gura bau, biri biri, y salí cerrando la puerta quedito para que pudieran seguir hablando. Ahora que lo recuerdo, y sí que lo recuerdo, me parece muy tonto estar escribiendo de esta manera tan poco tradicional, tan limitada, tan a-normal, a duras penas-entiendo-lo-que-escribo. Biri biri.

Cuidado con los perros me dijo tía Lilia antes de salir, sonreí y le plante un beso en la frente, sentí las minúsculas arrugas contra mis labios y me llene de alegría. Como siempre mi tía se quedaría ahí, entre sus rutinas diurnas, el baño, la cocina, la sala, el espejo, la lana; yo llegaría y la vería mirarse en el espejo, la miraría y le sonreiría a pesar de que ni siquiera note mi presencia. Ahora creo que es mi turno, después de hoy ya no hay necesidad de la cocina en el baño, ni los muebles danzones, ni la mancha burlona en el techo, ¿biri biri?, me queda bien este traje negro, como la mancha, estos zapatos son algo chistosos, como esos que tu te colocas (con medias rotas evidentemente) y sientes la más leve aguja en el piso; ya tía Lilia volvió con mamá, por que ahora que lo pienso mamá nunca se fue, simplemente nosotros nos fuimos, ahora voy sólo, pobre de mi. Me levanto, alisto mis cosas, desayuno algo ligero (es decir rápido) y salgo al colegio, mas sólo que nunca, regreso a casa y veo los muebles reírse de nuevo, la mancha riéndose, la cocina con un inodoro particular a dentro y el espejo, el espejo mirándome como siempre, así pues me le enfrento y le miro fijamente, del otro lado un niño también me mira, parece, solo me parece biri biri, que no soy yo.
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I

Caprichosa luz oscura, mente abierta;

lluvia calida y punzante, ruido al caer;

luna oculta, tímida, oculta;

viento arrecia seguro amanecer;

nubes negras amasijo de no;

¡Vive!, ¡Luce!, ¡Llora!

tierna noche, enjaulada, libertada,

ahora y no después, eres libre, solitaria.

Ya no te quieren las gentes todas,

ya no te ven con ojos amantes

ni con labios dulces, te odian.

Yo, no, sabes bien que no podría.

¿Cómo hacerlo?, me alegras.

Tus lágrimas goteadas me encantan

bajo tu oscuro y sombrío manto

frió deambular por calles húmedas, ¡solitarias!

complot de nostalgia y melancolía

con dulce roce de gotitas picaras sobre mí.

Fuerte olor de rosas y árboles

también felices, poco vistos, felices.

Te agradezco ser esta noche así

cual amante solitaria,

de vez en cuando: amada.


II


Vamos noche sola, acompáñame;

estoy aquí esperándote tan solo a ti.

no temas ser como quieres ser

te quiero como eres hoy y mañana

y siempre.

Olvida lo horrible que dicen que eres,

para mi eres hermosa como siempre,

llorando ahora riendo estoy

esperando siempre el crepúsculo

sórdido acompañante, melancólico,

triste presente, imagen perfectamente

apropiada y aceptada.

Ahora, huye lejos antes que los ojos

vuelvan a salir de sus jaulas.